Relato: 12 Años.
Nota del Autor: Ante todo quiero remarcar que esto es un trabajo de
ficción en donde yo no comparto el modo de actuación de los protagonistas. Las
opiniones vertidas no son las mías tampoco. Es el punto de vista de un
personaje particular. No hago apología al terrorismo o a la violencia de ningún
tipo. Soy contrario a ambos. Es tan sólo una crítica al actual sistema
político, judicial y policial español que dejan mucho que desear —en opinión de
un servidor. Asimismo, se le informa al lector que es una historia que puede
herir la sensibilidad.
El Tiempo no lo Cura Todo.
Creo que este es el momento en el que todos tenemos
que pensar que, si hay un dios en el cielo cuidándonos, ahora es cuando tendría
que estar haciendo algo.
Estoy parada ante un mar de
escombros de lo que antes fue el Congreso de los Diputados de España. Sus
leones a ambos lados yacen hechos trizas por doquiera que mire. Las columnas,
los frisos, las escaleras, las paredes, obras de arte y, sobre todo, la gente.
Hombres y mujeres desde la mayoría de edad hasta algunos pasados la edad
jubilatoria, todos despedazados violentamente, producto de una maldita bomba.
Bueno, varias de acuerdo los especialistas.
Hace tiempo que se viene
rumoreando que un ataque como este ocurriría. Los informantes nos decían que se
estaban produciendo movimientos sospechosos en todos los niveles dentro del
mundo del crimen organizado. También el movimiento de los países sensibles de
oriente próximo nos lo podría haber hecho intuir. Algo se estaba gestando. Pero
volvimos a fallar.
Quienes tenían que hacer las
preguntas adecuadas no las hacían y quienes tenían que responderlas callaban
sin ser importunados. Conclusión: somos tan culpables como quienes las
detonaron.
Esto es lo que pasa cuando
eres nada más que una maldita agente que, según mis superiores, ha leído muchas
novelas y visto demasiada mierda de Hollywood. No había motivo para preocuparse
por todas esas señales dadas las continuas escaramuzas en dichas ciudades
árabes.
—La gente se mueve
continuamente, Alex —me decía mi superior, el inspector jefe Javier Lázaro—.
Los yanquis llevan bombardeando la zona hace años. Por supuesto que los que
vivan por allí buscan algún lugar donde poder vivir en paz.
—Pero, si son poblaciones
lejos de las zonas calientes.
—Agente Orieta, me parece que
no le está quedando claro —impreca usando mi rango y apellido. Se pone seria la
cosa—. Tenemos a los más grandes especialistas trabajando en esto desde hace
meses, creo que habrán tenido en cuenta todas las opciones posibles.
—Claro, por eso el 11M es
parte de un universo paralelo, inspector jefe.
Su mirada se endureció con tan
sólo mencionar algo así. Yo soy de las que cree que hay mucho más que lo que se
dijo que ocurrió aquella fatídica fecha. Hubo mentiras y ocultamientos que
pocos tuvieron valor de investigar. Y más de una vez lo discutí con todo el que
pude. No obstante, me miran mal. Les gusta creerse una mentira. Y por eso pasó
lo que pasó.
—¿Agente Alejandra Orieta?
—pregunta un hombre vestido de traje. Treinta y pocos años, cuerpo de gimnasio que
tensa su camisa blanca sin corbata. Si este es un agente del CNI, es bastante…
¿informal?—. Soy el agente especial Aarón Benítez. ¿Puedo hablar con usted un
momento?
Lo miro sorprendida. No espero
que alguien como él pueda querer algo de mí. Es bastante apuesto, casi como
Gerald Butler. Hasta su tono de voz es parecido.
—¿Qué quiere de mí alguien
como usted?
—Por lo que parece su
inspector jefe la tiene en alta estima —lo miro pero no logro distinguir el
sarcasmo—. Nos comunicó que tenías serias sospechas que algo así estaba por
ocurrir.
Percibo como un pequeño grupo
de agentes va formando un perímetro a mi alrededor. Las manos las llevan a sus
cartucheras que tiene la culata de la pistola al descubierto y preparadas para sacarlas
si es necesario. No tengo que ser muy inteligente para saber qué va a pasar. Es
obvio que me van a inculpar y esperan a que haga una locura.
—¿En serio? —pregunto un tanto
indignada—. ¿Te parezco que yo soy la culpable de todo?
—No, no lo pareces; pero los
planos del edificio del Congreso, las recetas de cómo hacer una bomba y, sobre
todo, varios mails interceptados a grupos extremistas por tu resentimiento de
la política de interior, de exterior, la justicia y la defensa, son bastante
reveladores. Varios comentarios tales como: “habría que hacerlos sufrir los
mismo que ellos hacen al resto de los ciudadanos que ellos dicen cuidar”. Y, este
es mi favorito: “ya tendré la oportunidad de joder a esos hijos de puta”.
—¿Todo eso desde mi ordenador,
agente especial? —pregunto.
—Nos costó recuperar la
información que había borrado. Pero hágame caso, si alguna vez sale de prisión
y planea atentar de nuevo, use programas para eso.
—¿No le parece que está siendo
todo muy sencillo? ¿Yo soy culpable de esto? Lo hemos visto y leído en miles de
películas. Está muy manido todo.
—No me dé lecciones ahora,
Orieta. Suelte su arma y póngase sobre el vehículo.
Le hago caso, no tiene mucho
sentido oponerse. Pero deberían de tener esa información desde hace tiempo.
Podrían haberme detenido mucho antes de haberme dejado venir a un lugar como
este. Quieren cámaras. Ponerse medallas ante la gente y demostrar que están
haciendo algo. Aunque ese algo deberían de haberlo hecho antes. De otra manera
no estaríamos en esta situación.
Me escoltan hacia una
camioneta al más puro estilo norteamericano. Esas Chevrolet Suburban me
recuerdan más a una película que a un equipo de investigación de verdad. Con
sus juguetes ellos se creen que tienen todas las herramientas para defendernos
pero, al final, no es más que un maldito juego.
—¿Por qué, Alejandra? —me
pregunta Aarón, de repente usando un tono bastante condescendiente.
—¿Estás de coña? Me inculpáis
y esperas que te dé una razón que no tengo.
—Las pruebas son bastante
claras. Si no hiciste nada, no tienes nada que temer. ¿Estamos de acuerdo?
—Salvo mi reputación que la
arruinaron. Esto me costará mi trabajo. Espero que lo sepas. Tendré suerte si
logro un trabajo de segurata.
—Eres joven, Alejandra.
¿Cuántos años tienes? ¿Veintitrés, veinticuatro años? Puedes hacer lo que
quieras. Eres muy guapa, no tienes todas las puertas cerradas.
—¿Me estás tomando el pelo?
¿Qué pretendes? ¿Qué clase de interrogatorio es este?
—Estoy dándote esperanzas.
Siempre que no estés involucrada, claro.
No respondo al resto de
preguntas que me tira durante el camino al cuartel del CNI. No tiene sentido
tratar de hablar con alguien tan estúpido.
Pensémoslo unos segundos. Hace
apenas un año que estoy en la policía, no tengo antecedentes, ni mi evaluación
psicológica mostró nada que pueda suponer alguna preocupación. Provengo de una
familia de clase media; mis padres ambos son profesores de secundaria, tengo una…
hermana que estudia derecho con la que comparto casi todo. Lo más normal del
mundo. Tengo un novio con el que salgo siempre que libro un finde y aprovechamos
para ir al cine, a bailar. Si él no está disponible, tengo a mis amigas. Todas
las noches antes de dormir leo alguno de mis libros que van desde el género
policíaco —como es lógico— hasta el romántico. Estoy estudiando filología
inglesa a distancia también, lo que me hace probablemente, una de las pocas
personas en el cuerpo que habla inglés. Bueno, eso puede ser peligroso. A parte
de eso, no tengo nada que ocultar a nadie. Soy de izquierdas, pero no
comunista. No me gustan los populismos, ni los políticos en general —eso sí que
está escrito por todo mi Facebook y puede ser usado en mi contra. Pero por lo
demás, jamás navegué en páginas raras, ni colaboro en foros extremistas. ¡Por
dios! Me da asco leer lo que ellos proponen…
Una explosión hace saltar nuestro
vehículo por los aires. Tras dar varias vueltas de campana, cae en pie. El
airbag, el cinturón de seguridad y el asiento me salvan de una muerte segura.
Pero del dolor y de la sensación de estar desorientada no me lo quita nadie.
Aarón está echado sobre el
volante. Su airbag ya se desinfló. Respira de forma entrecortada. El cinturón
de seguridad ha cedido bastante más que lo esperado.
Escucho pasos que se aproximan
aplastando los cristales rotos del coche. Una orden, un disparo y un grito me
hace temer lo peor. Desde el asiento de atrás no hay forma que pueda llegar
hasta el sitio de Aarón y recuperar su arma. El vidrio que nos separa está quebrado,
pero no cede ante mis patadas.
Abren la puerta del conductor
y sin mediar palabra le disparan. Veo como sus sesos manchan todo alrededor. No
llegaste muy lejos, querido amigo. Pero la vida es así. Algunas veces se gana y
otras se pierde.
La puerta se abre. Ya me saqué
el cinturón de seguridad. Escucho como los disparos se suceden a mi alrededor.
Los patrulleros llegan unos tras otros y son recibidos a los tiros.
—Por un momento temí que te
hubieran hecho daño —declaro a un joven rubio, alto y que no es otro que mi novio.
—Estamos bien de momento. ¿Tú?
—Un poco mejor, pero tendríais
que haber pensado otra forma de rescatarme. Podríais haberme matado.
—Fuiste demasiado descuidada,
Alex —reclamó Saúl.
—Tal vez me metí demasiado en
el papel de chica interesada…
—Eras una novata. No puedes
levantar tanto la perdiz sobre atentados que están por ocurrir.
—¿Ni por nuestros padres?
—pregunto.
En este punto entiendo tu
confusión. Esperabas que yo fuera una chica inculpada, tal vez por Aarón o tal
vez, por otra persona. Pero hay cosas que no sabes. O que no te conté en su
plenitud.
Mis padres adoptivos son de
clase media. Los biológicos también; pero los perdí hace doce años en un
atentado en Atocha. Sí, así es. Al igual que los padres de Saúl y los otros cuatro
chicos más de nuestro grupo. Somos más o menos de la misma edad. Apenas éramos
adolescentes cuando nos arrebataron a nuestros seres más queridos. Tuvimos que
crecer en hogares dónde no podían comprendernos y nos trataban de inculcar el
perdón a los culpables. Pero, ¿cómo puedo hacer algo así cuando veo que los
políticos que, supuestamente tienen que trabajar por nuestro bien, hacen lo
contrario? ¡Ocultaron una investigación bajo capas de mentiras y
contradicciones! ¡El tío que está en la cárcel, no sé si será un chivo
expiatorio o parte del complot! Lo que sí sé es que la policía estaba metida,
que los políticos estaban metidos y todo el maldito sistema judicial y corrupto
no hacía más que darles la razón a todos estos abyectos personajes.
Hoy sé que me convertí en un
monstruo. No espero que me comprendas. No lo harás. Nadie que no haya sufrido
como yo lo hará. Dirán que esta no es la manera. Que la verdad triunfará. Que
Dios en sus propósitos es sabio. Pero déjame decirte una cosa. Yo también soy
parte de ese plan divino. Y estoy muy contenta con la parte que me tocó. Al
contrario que los anteriores años de mi vida que me fueron impuestos, esto lo
elegí yo.
No voy a llorar por la cohorte
de hijos de puta que murieron hoy en el congreso. ¡Hay inocentes! Puedes
exclamar. Seguramente. Pero esa lacra de la sociedad que son esos malditos
seres que nos bastardean día tras día desde sus escaños, son historia. Ahora,
gracias a mí, la sociedad tendrá que hacer un acto de conciencia. Repensar su
camino, reconocer que se equivocaron por muchos años. De este acto de maldad,
puede surgir un cambio. Eso espero.
Antes que nos demos cuenta,
estamos rodeados por varios patrulleros. La orden es de tirar a matar. Nos lo
hemos ganado. Sinceramente, no esperaba salir con vida de esta, si éramos
descubiertos. Mis compañeros podrían haber huido. Aprovechar para iniciar una
nueva vida con otra identidad en algún remoto lugar del planeta. Pero ellos
sabían que este camino no tenía vuelta atrás. Si vivimos, lo haremos todos.
Empiezo a llorar. No es por
miedo a la muerte, sino por esperanza. Cuando mi intervención en este mundo se
termine, iré con mis padres. Los volveré a ver. Esa es mi pequeña esperanza.
Por eso, realmente a nosotros no nos importa morir. Lo hicimos hace doce años.
Siento un terrible y abrasador
dolor atravesar mi hombro. Percibo el olor de mi carne quemada, es dulzón,
peligrosamente atractivo. A pesar que Saúl decidió matar a Aarón, yo no voy a
matar a nadie más. Aceptaré mi destino. Quiero irme sabiendo que he matado
realmente a quién tenía que matar…
Un disparo impacta en el
cuello de Saúl justo en la yugular y cae de espaldas en el suelo. Estará muerto
en pocos segundos. Me ofrece la mano y sonríe. Él tiene la misma esperanza que
yo. Todos compartimos ese sueño.
Me doy cuenta que conforme
pasan los segundos que no soy otra cosa que una niña asustada. Mi vida fue
cortada en ese momento y, a pesar que crecí corporalmente, el miedo no me
abandonó. ¿Cómo podría hacerlo si las pesadillas me acompañaban conforme yo
crecía?
Lo peor de todo era la
lástima. Yo era la niña a la que habían matado los padres. A quién nadie quería
porque ya era muy grande. Y quién fue aceptada por una gran familia, pero no
era suficiente. La intención no es suficiente para alguien como yo. No voy a
quejarme de ellos. Es más, me apena decepcionarles después de todo lo que
hicieron por mí. Aún en su ignorancia, hicieron lo que pudieron. Pero no era
suficiente.
Saúl me mira con los ojos
vidriosos y las pupilas dilatadas. Ya está con su familia. Falto yo. Agarro la
pistola. La levanto nada más veo a uno de los agentes de los GEO aparecer y sin
dudarlo… Estos doce años, por fin se terminarán…
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