Demonios de Marte: La Gran Mentira - Capítulo 0

Capítulo 0


Estaba llegando muy temprano a casa de sus tíos. Demasiado pronto para su gusto. El reloj apenas marcaba las cinco de la mañana y eso se hacía notar en su solitaria calle barrial. “O están todos festejando en otro lado o están durmiendo la mona”, dijo la joven con la mente nublada.
—¡Qué te follen año nuevo! —gritó mientras se tropezaba con una botella de cerveza—. Hijos de puta… Podrían haberla tirado en el contenedor de reciclaje…
Esta vez había bebido más de la cuenta. Tenía sus motivos para hacerlo. “Toda mi vida es una jodida y deprimente razón”. ¡Deberían hacer una película sobre ella! Adolescente huérfana de padres asesinados, drogadicta y libertina. “Si no fuera menor, podría ser material para una porno”. ¿Qué podría tener el flamante año 2060 de positivo para ella? ¡Nada! Cada uno que pasaba, no sembraba otra cosa que amargura. “Ya tengo un jodido país de tristeza que segar”.
Sólo las drogas, el alcohol y el sexo la ayudaban a olvidarse por un segundo lo miserable que era. Y aquella noche había abusado de todos sus vicios. En un momento dado, abrió los ojos y se descubrió tan despreciable que no pudo permanecer ni un segundo más en el albergue transitorio con su actual pareja. “Futura expareja. Me harté de Yeimi… ¿Yeimi? Su nombre es Jaime. ¿Por qué carajo lo pronuncia en inglés? Estamos en Argentina no en USA. ¡Qué idiota!”. Jaime había conseguido acabar con su paciencia. Era un niñato que sólo se enorgullecía que su miembro de adolescente se mantenía duro durante toda la relación. Apenas se preocupaba si ella alcanzaba el orgasmo. “Típico egoísmo masculino que irá en aumento con el paso de los años”.
Ella sabía que no era amada. Simplemente estaba en aquella época en la que o los muchachos se la pasaban masturbándose o buscaban una mujer para que lo hiciera por ellos. Cielo era una chica linda que cumplía todos los requisitos para que un creído alardeara con sus compañeros de habérsela beneficiado. Aunque Cielo tampoco esperaba casarse con Yeimi.  “No fue más que un entretenimiento para mí”.
Muchos pensaban de ella, haciendo psicología barata, que permitía que los hombres entraran en su cama para suplir la ausencia de sus padres. “Son palabras bastante fáciles de decir”. Pudiera ser cierto. También era una búsqueda de placer. Jamás había hecho nada que no quisiera. Nadie se atrevería a forzarla. No en vano conocía varias artes marciales. “No te regalan el cinturón negro en mis dojos”.
Miró a la bóveda celestial. El sol aparecería en cualquier momento. El negro cielo nocturno estaba convirtiéndose en un azul marino profundo. En breve tomaría un color anaranjado claro antes de adquirir el celeste color de su bandera.
—¡Oíd mortales el griiiiito sagraaaado…! —cantó con la lengua curiosamente trabada—. ¡Libertad, libertad… Libertaaaaad!
Llegó a la puerta de su casa. A varias manzanas de la intensa Avenida Mitre en Wilde, apenas oía en aquel momento el ruido de algún vehículo marchar. “Compadezco a los desgraciados que trabajen un día como hoy”. Siempre había algún pobre diablo cuyos jefes —o responsabilidades— lo obligaban a olvidarse que era una fecha de celebración. “Y descanso, claro”.
Le costó varios intentos encajar la llave electrónica en la cerradura. “No entiendo como el tío no puso la cerradura táctil… Rata. No es tan cara…”. Un minuto de férrea concentración después la llave se insertaba para finalmente recalar en aquella casa que no era la suya.
—Hogar… agrio hogar —susurró mientras se reía de su propia ocurrencia.
Sin dilación se encaminó directamente hacia el cuarto de baño. En el camino se chocó con el recibidor, una de las sillas que circundaban la mesa del salón, el sillón, la arcada que la conducía al pasillo y la puerta de entrada al baño.
—Perdón a los que pueda estar despertando… ¡Aburridos! —se disculpó mientras trataba de discernir qué clase de persona amargada estaría durmiendo en un día como aquel—. Bueno… ahora yo también me voy a dormir…
Se bajó el tanga, se sentó en el trono e hizo pis sin preocuparse en cerrar la puerta. “Estoy borracha… ellos durmiendo… ¿Por qué coño tendría que cerrarla?”. Se limpió, se levantó y no tiró de la cisterna. “Feliz año nuevo… este es mi regalo para quien madrugue primero”.
Arrastró los pies hasta llegar a su dormitorio. Empujó la puerta y se introdujo en el lugar más desordenado que había conocido en su vida. “Creo que preferiría vivir en una pocilga…”. Había mudas de ropa y zapatos en el suelo, escritorio y en la cama sin hacer. Las puertas de su armario de pino estaban abiertas, una de las hojas ligeramente desvencijadas tras un día de locura del que Cielo no recordaba nada. “Creo que ese día traje a Facu… Bostero idiota…”.
Cerró la puerta sin hacer ruido, para su sorpresa. Se quitó la minifalda, la camiseta de tirantes y se tiró en ropa interior sobre la cama. Ni se preocupó en taparse. No había encendido el climatizador. Probablemente si tratara de usarlo lo pondría a 40 grados centígrados o al cero absoluto. “Tampoco hace hoy tanto calor. Así en bolas está bien…”.
No hizo falta mucho esfuerzo para que se quedara totalmente dormida. Durante las última cuarenta y ocho horas apenas había dormido más de cinco. Sus fiestas de Nochevieja y Año Nuevo habían empezado antes que las de nadie.


Un fuerte sonido la despertó atontada. Miró su reloj y descubrió que apenas eran las siete de la mañana. “Ni dos horas puedo dormir, joder”, se quejó todo lo lúcida que podía estar con una resaca y tan poco descanso. Otro golpe pesado la sobresaltó. Esta vez venía de su puerta. Sin que le diera tiempo a levantarse otro más enérgico resonó en su habitación.
—¡Deja de golpear y entra de una puta vez! —exclamó enfadada. No sabía quién era, pero no se iban a asustar ni su tío ni su primo al verla en ropa interior.
Esta vez, el golpe fue de una violencia tal que la puerta cayó hecha trizas al suelo. Cielo se levantó como si tuviera un resorte en la espalda y buscó su katana que tenía en algún sitio debajo de la cama. Aún estaba muy atontada como para poder distinguir quien estaba en el oscuro pasillo inmóvil.
—¡Quién coño es!
No hubo respuesta ni otro movimiento a su pregunta. Era alguien con una estructura corpulenta que la hizo dudar.
—¿Tío?
Su primo seguro que no era. Si bien tenía una estructura física similar, producto de su carrera semiprofesional de jugador de rugby, quien la acechaba era un poco más bajo. Igualmente, no estaba muy convencida. Su tío era barrigón pero no era tan amplio de espaldas. Extrajo el sable y aguardo a que la figura entre las sombras decidiera presentarse.
Cielo estaba asustada. ¿Qué clase de psicópata se quedaba contemplándola así? “Si está pensando hacerme algo raro, no lo va a tener fácil”. Armada con su katana, tendría que ser el puto Bruce Lee si pretendía herirla.
—Arl…
—¿Qué? —preguntó Cielo—. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
La indecisión del desconocido se quebró. De dos largas zancadas se presentó a pocos centímetros de Cielo quién lo frenó con el filo de su katana a pocos centímetros del cuello.
—Un paso más y serás historia, hijo de puta.
A esa distancia, el aliento de aquella persona era nauseabundo. Percibía una mezcolanza de aromas que conocía pero no lograba discernir. Perfumes, comida… ¿sangre?
Clear window —ordenó Cielo.
Automáticamente el cristal de la ventana fue disolviendo su tono opaco dejando entrar la claridad de un nuevo día. Cielo se encontraba de espaldas a ella por lo que no temía ser deslumbrada. Sus ojos se abrieron de par en par cuando, de forma progresiva, el rostro de expresión desencajada y cubierto de sangre de su tío se descubría.
—¿Tío? ¿Qué… qué te pasó?
No. No podía ser su tío. Pero sus facciones estaban enmarcadas en una figura mucho más corpulenta. “¡Qué está pasando aquí!”. La piel, seca y agrietada, parecía haber adquirido un macilento color gris. Sus tiernos ojos castaños habían perdido su blancura en pos de un rojo violento e insalubre. La cabeza antes cubierta de una abundante cabellera negra con vetas grises, perdía mechones que caían sobre sus hombros desnudos.
—¿Qué te pasó? —repitió Cielo cada vez más asustada.
Su tío o, la cosa qué parecía serlo, dio un par de pasos hacia atrás. Cielo no sabía si era porque lo había asustado su katana u otra razón. Rugió tan fuerte que hizo trastabillar a Cielo, quien cayó sobre la cama, golpeándose posteriormente contra la pared. Era una llamada.
Otros pasos resonaron en el pasillo, acercándose al dormitorio. Cielo se incorporó y volvió a sujetar su sable con ambas manos en kamae. Miró a su espalda. La ventana daba al jardín. Desde allí podría escapar a la casa del vecino de al lado y pedir ayuda.
Open window —ordenó mientras las hojas se deslizaban lentamente.
Otra figura se adentró en la habitación. Esta era alta y fuerte, pero con las mismas características físicas que la otra. No obstante, lo que heló la sangre de Cielo fue verla entrar despedazando la carne de un brazo arrancado.
—Oh, dios mio —gimió Cielo al reconocer el brazo y su devorador—. Pri… primo… qué…
En el anular estaba el anillo que su tía nunca se quitaba por sus bodas de plata. Era fácilmente reconocible el color rosado del oro con un pequeño diamante engarzado.
Las bestias aprovecharon la indecisión de Cielo y ambos se abalanzaron sobre ella chocando el uno con el otro. Por pocos centímetros su primo no agarró su pie.
—¡Alto! ¡Por favor! —rogó mientras lloraba. No podía matar a su familia. La única que le quedaba—. Esto tiene que tener una explicación racional.
Esta vez su tío tuvo éxito para agarrarla del pie y hacerla caer. Su primo se situó sobre ella escupiendo saliva y sangre sobre su blanca piel. Rugió violentamente, asustando a Cielo. “No estoy preparada para esto”.
Trató de volverse y escapar de allí, pero la presa de su tío no cedió. Fue ahora su primo quien la sujetó del brazo derecho obligándola a soltar la katana. Sintió entonces algo rasposo deslizarse desde sus pies hasta la ingle seguido de un rugido. Era la lengua de su tío. La estaba saboreando. “No puede estar pasándome esto. No puedo morir así”.

Ante sus ojos, quienes habían sido sus familiares la contemplaban con facciones satisfechas. El desayuno estaba servido.



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